domingo, 20 de abril de 2014

Libros recomendados

El laboratorio del alma 












Stella Maris Maruso es una terapeuta argentina dedicada hace más de treinta años a ayudar a personas que sufren enfermedades severas o crisis profundas mediante la utilización de distintas técnicas.

Actualmente desarrolla su actividad en la Fundación Salud, una institución dedicada a la Medicina Biopsicosocial, donde se trabaja con un enfoque interdisciplinario y que tiene como objetivo el promover los recursos internos del paciente, haciéndole partícipe de la estrecha relación que existe entre cuerpo y mente, relación que se refleja en su salud. Citando con sus propias palabras: “Se ha demostrado que existe una conexión entre la mente y el cuerpo, y la psiconeuroendocrinoinmunología nos proporciona ahora algunas respuestas, ayudándonos a entender mejor cómo se transforman las emociones en sustancias químicas, moléculas de información que influyen en el sistema inmunitario y en otros mecanismos de curación del cuerpo. 

El libro describe varios casos de personas que han pasado por la Fundación Salud, uno de ellos es el de Christian, aquejado de una enfermedad degenerativa similar a la esclerosis múltiple. Comenzó asistiendo en la fundación a los seminarios de Inteligencia Emocional, expandiendo su sensibilidad a través de la meditación y las prácticas espirituales. La evolución de su enfermedad le llevó a un punto en el que  tuvo que aceptar la realidad de su estado físico, un momento muy duro, pero que fue el principio de una verdadera transformación.  Como otros pacientes excepcionales de Maruso, será el mismo Christian quien cuente con sus propias palabras su aprendizaje.

(Lo que sigue es cita literal de El laboratorio del alma)

Lo aprendido
En la Fundación Salud aprendí muchísimas cosas que mi formación académica (Colegio Nacional de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires) no había contemplado; algo incomprensible, por ser cosas tan fundamentales como respirar.
Lo aprendido es como un diamante invisible, algo que siempre había estado allí pero que nunca había visto ni supe aprovechar. Es una manera distinta de percibir, otra forma de SENTIR (sí, así, con mayúsculas), pasando por una elaboración diferente del pensar, y llevándome a un comportamiento que tiempo atrás me habría parecido totalmente imposible.
Recibimos información a través de los sentidos, las emociones y la mente, pero luego es cuando se produce el milagro: la manera en que todo eso se elabora, finalmente sale fuera de nosotros y provoca cambios en nuestro mundo.
Stella Maris siempre decía que ella sólo daba herramientas, y que dependía de cada uno usarlas o dejarlas en la caja, esperando ser necesitadas. Yo recibí estas herramientas y, sin saber cómo ni por qué, las lecciones salieron de mí no como un proceso mental, sino como un acto reflejo, sin pensar. Si tuviera que enumerarlas, simplemente no sabría por dónde empezar ni por dónde terminar. Todas y cada una de ellas se relacionan con las demás; como si fueran una red de neuronas, actúan en conjunto. Intentaré mencionar las que acudan en este momento a mi mente, seguramente no como fueron enseñadas, sino como fueron asimiladas y luego aplicadas en mi propia vida.

Abrir el corazón: vivir con el corazón cerrado (o lo bastante cerrado) es como poseer visión y negarse a usarla. Hay un mundo entero para ser explorado a través de las emociones, pero la vorágine de la sociedad actual dificulta esa apertura. Cuando abrí mi corazón, me encontré con otra forma nueva de conectarme con la gente. Antes era un ciego sin ceguera.

No tengo problemas: yo soy el problema; las situaciones que nos rodean son la interpretación que hacemos de ellas. Los prejuicios y los miedos son armas de destrucción de una vida feliz. Es como el vaso a medias: ¿mitad lleno o mitad vacío?, o acaso ¿incompleto? Son todas percepciones; no hay que dejar que nos limiten.
Aceptación: si acepto lo que ocurre, puedo dejar de preocuparme o lamentarme, y centrarme en la realidad. Si hay un problema, debo poner toda mi capacidad en resolverlo, y si no tiene solución, al aceptarlo puedo ocuparme de otras cosas que requieran mi atención. «Fortaleza para cambiar lo que puedo cambiar, aceptación para aquello que no pueda cambiar, conciencia para discernir entre ambas cosas».

Perdonar: descubrí que en la vida vamos acumulando distintos rencores y odios, que van creando un enorme peso sobre nuestras espaldas. Aprendí a comprender al otro como una persona que actuó como pudo o supo; muchas veces para defenderse de lo que consideró un agravio de mi parte. Perdonar es una necesidad que nos aligera, que nos convierte en dioses para devolvemos nuestra humanidad.

Soltar el pasado: tras el perdón a los otros, resultó necesario perdonarme a mí mismo; por lo que hice de malo, o lo que no hice. Yo fui como el otro: hice lo que supe y pude. Con esa conciencia, los temores del pasado ya no ensombrecen mi vida. El pasado hizo la persona que soy, y mis acciones de hoy son las que crean mi presente.

Agradecer: cuando realmente somos conscientes de todo lo que tenemos, vemos la enorme cantidad de cosas por las cuales dar gracias o estar felices por contar con ellas.

Desapego: vivimos atados a preconceptos, a las cosas materiales, a las personas. Eso nos hace sufrir enormemente cuando perdemos algo que considerábamos «muy nuestro». El peor de los casos es cuando alguien «se nos muere». Creo que cierto nivel de apego es justo y necesario, pero a la vez, debemos saber que no somos las otras personas, ni las cosas. Mucho se pierde por el camino, pero si seguimos marchando hay mucho más para encontrar.

No aferrarse a resultados: si las cosas salen mal y por tanto me siento peor, creo un círculo vicioso sin salida. Si logro poner lo mejor de mí, debo «reconocerme a mí mismo por ello», sin importar cómo salgan las cosas.

Vivir el aquí y el ahora: carpe diem, la cosecha del día. Si logramos sentir nuestro día como una oportunidad única de vivirlo, hemos hallado el camino de la felicidad. Mientras alguien muere, alguien nace. No podemos eludir la experiencia de sentir esa pérdida ni de festejar esa bienvenida. Si he aceptado y perdonado, puedo estar atento a mi vida hoy. Si estoy atento y llevo abierto mi corazón, seguro que hoy encontraré algo interesante. Si agradezco esto de hoy y actúo sin aferrarme a los resultados, estaré desapegado y tendré un mañana sorprendente.

Fortaleza: en relación con mi enfermedad, no es poca la gente que, sin conocerme, me dice: «Hay que ser fuerte» o, como mi propia madre: «Hay que poner todo en manos del Señor y tener esperanzas.» Yo sonrío y se lo agradezco de corazón. Fuerte (y testarudo) ya era antes, pero nada de eso me sirvió para enfrentar la enfermedad. La esperanza tampoco me fue útil, porque tuve paciencia y esperanza, pero el que espera llega a desesperar. Como siempre, cada uno tiene su camino, lo importante es que le sea útil. En mi caso, la fortaleza fue dejar de luchar contra la enfermedad y dedicarme a vivir una vida diferente, con capacidades diferentes, sí, pero llena de posibilidades.

CHRISTIAN

Stella Maris Maruso. El laboratorio del alma. Ed. Vergara, Barcelona 2011